Un cinéfilo nunca se rinde
La previa
El miércoles 20 de junio, que era
feriado, quedamos con una amiga en encontrarnos en las salas del Hoyts Abasto
para ver Elefante Blanco. A pesar de haberme jurado en otras oportunidades
nunca volver al Abasto, ya que conseguir una entrada conlleva la misma
dificultad que obtener un turno en un
hospital publico, teníamos la ilusa esperanza de que habiendo sido estrenada
hacía cinco semanas no tendríamos inconvenientes para conseguir lugar para Elefante Blanco. Dulces mieles del
autoengaño.
Casi sin poder caminar por la
cantidad de gente que había en el shopping, luego de una cola de casi veinte
minutos, pudimos llegar a la compra de entradas. Excepto por la primera fila, no
quedaban más asientos. Aventuramos que tal vez ante la falta de entradas para
Madagascar 3, algunos padres reacios a tener que soportar a sus desilusionados
hijos cantando sin parar “quiero mover el bote”, decidieron darles un baño de
realismo social latinoamericano depredando las entradas de Elefante Blanco.
Sorprendidas y optando por escaparle a la torticolis que implica ver una película en primera fila, partimos entonces hacia el cine Gaumont, sabiendo que la proyección era en la sala 1, que es enorme y por lo tanto en esta ocasión no podían agotarse las localidades. Valga decir que jamás habíamos visto la enorme sala principal del Gaumont completamente llena. Pues bien, nuevamente estábamos haciendo la cola, mientras veíamos una eterna hilera de gente entrando al cine. Inmediatamente de la boletería se escucha un anuncio: “Sala 1 agotada”. El destino parecía querer alejarnos de las salas. Pero todavía nos quedaba un as en la manga.
Sorprendidas y optando por escaparle a la torticolis que implica ver una película en primera fila, partimos entonces hacia el cine Gaumont, sabiendo que la proyección era en la sala 1, que es enorme y por lo tanto en esta ocasión no podían agotarse las localidades. Valga decir que jamás habíamos visto la enorme sala principal del Gaumont completamente llena. Pues bien, nuevamente estábamos haciendo la cola, mientras veíamos una eterna hilera de gente entrando al cine. Inmediatamente de la boletería se escucha un anuncio: “Sala 1 agotada”. El destino parecía querer alejarnos de las salas. Pero todavía nos quedaba un as en la manga.
Un tanto abatidas con mi
compañera de aventuras, nos fuimos a caminar por Corrientes y entramos en la
duda frente al Premier, cine que supo ser una hermosa sala y hoy se asemeja más
a un cine porno que a otra cosa. Pagamos 30 pesos cada entrada, sin promoción
alguna, y en marcha hacia la sala. Llevábamos desde la cinco de la tarde dando
vueltas y la proyección era a las 20, y bue, la queríamos ver. Mientras esperábamos
para entrar nos pusimos a pensar, para hacer tiempo, en que clase de revista se
podrían llegar a ofrecer cupones de descuento para el Cine Premier.
Al ingresar, la sala aún estaba vacía, tiene
una capacidad para 50 personas aproximadamente. El público fue llegando de a
poco: tres monjas en primera fila, varias parejas de tercera edad y algunos que
habíamos visto en la cola del Gaumont. Un cuadro digno de una película de Berlanga.
No se proyectó ningún tráiler ni
propaganda, la película derecho. El proyector tenía marcada la lente y la proyección estaba un poco torcida. Coronándose
el Cine Premier como la versión VCD de las salas cinematográficas.
La historia
El film Elefante blanco cuenta la historia de unos curas villeros que
trabajan en una parroquia barrial y llevan adelante las luchas del día a día en
cuestiones de trabajo e inserción social. Conviviendo con las problemáticas del
entorno marginal, guerras narco entre familias, dificultosos emprendimientos colectivos y sus propios
conflictos personales que incluyen la
enfermedad de uno de los sacerdotes y la historia de amor entre otro cura
venido del exterior y una asistente social.
El Relato
La factura de la película es
excelente, impecable la fotografía y desgarradoras las imágenes de permanente
lluvia, charcos de barro y perros deambulando en los alrededores de este
monumental edificio en ruinas, proyecto de hospital inconcluso, ocupado por
muchas familias.
El relato desarrolla varias
líneas narrativas. La historia central podría ser la del cura Julián (Ricardo
Darín) que sabiendo que tiene una enfermedad mortal busca a su remplazante y lo
instruye del funcionamiento del barrio y la parroquia. De aquí se desprende un
homenaje a los curas villeros y en especial a la figura del padre Carlos Mugica
asesinado por la triple A en 1974. Paralelamente, se narra una historia de amor
entre la asistente social (Martina Gusmán) y el cura francés (Jérémie Renier),
esto se esboza pero no se termina de desarrollar. Otra línea argumental de la trama desarrolla
situaciones de enfrentamiento entre las bandas de narcos de la villa.
Es un poco ambiciosa la
pretensión de desarrollar tantas líneas, porque todas son pesadas por decirlo
de algún modo y difíciles de resolver en tiempos acotados. Cayendo la película en
lugar de en una coralidad, en una suerte de compleja ensalada de focalizaciones.
Por este motivo, no queda claro hacia el
final del film qué es lo que se intenta contar. Si el cura Julián es el
protagonista indiscutible, entonces la película narraría la labor de los curas
villeros, de cómo por medio de la fé y el ejercicio de la religión han logrado
involucrarse en un espacio cerrado y alienado en sí mismo, logrando desde la
práctica cristiana una forma alternativa de inclusión social. Lejos de esto, a
pesar de ser ésta la línea principal, que profundizaría el intencionado homenaje
a la labor iniciada por los curas del pasado, sin embargo el film comienza con
la enfermedad del cura Julián que va a buscar al Amazonas a un cura gringo que lo reemplace. Sigue con el
desencadenamiento de múltiples conflictos, ya sea por ejemplo el enfrentamiento
entre grupos narco, el consumo de drogas de los adolescentes, entre otros,
todos elementos que implican la comprensión de un código interno sin el cual no
se podría ejercer ninguna labor social, pero que el extranjero no logra captar,
a pesar de que Julián es claro al respecto.
A esto le sigue la historia de
amor del cura francés con la asistente social, es decir, una transgresión al
voto de castidad que queda planteada pero no problematizada, simplemente sucede,
como muchas cosas en la película, porque a los guionistas y al director les
place.
Cabe hacer un apartado para el
personaje que interpreta Martina Gusmán.
Es tan poco creíble y caricaturesco que casi causa risa, su pelea con los
obreros de la obra es digna de un sketch de Capusotto. Prácticamente supera su más
grande obra, la paramédica más inconsistente del cine mundial que supo
interpretar en “Carancho”. Su imperturbable rictus de “niña bien con
preocupaciones sociales” es una patada voladora que te saca de la película cada
vez que aparece en cuadro.
En paralelo y “como parte de la
misma historia” sigue el agravamiento de la enfermedad de Julián. Y sin detenerse
nunca, incluso en el tercer acto, siguen emergiendo elementos referidos a este
código de la villa y postales particulares de la vida marginal.
Todo este embrollo y
contaminación de elementos nos llevan a pensar que Elefante blanco está más preocupado en construir un regodeo en la
imagen de la pobreza latinoamericana y desarrollar un fetiche con las figuras
marginales, que en contar una historia o realizar un film de denuncia contundente.
La solución para los Hoyts es reservar las entradas por Internet. No hace falta tarjeta de crédito...
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