lunes, 11 de marzo de 2013

Reseña de Oz, el poderoso (Sam Raimi, 2013)



El hombre detrás de la cortina

La previa

Jueves de estrenos con varios títulos prometedores. La primera opción es ir a ver Oz, la extraña conjunción entre Sam Raimi y la factoría Disney, todo a la sombra de una de las obras cumbres de la historia de la cinematografía. Con un poco de miedo por lo que podría resultar de esta película comprobamos que la única opción que nos quedaba cómoda para verla en idioma original era en 3D.  Fuimos entonces al Cinemark Puerto Madero, las películas en 3D no  tienen promoción para las entradas, en realidad sí, hay unos folletos que te entregan con las entradas pero lamentablemente en las ocasiones anteriores tiramos dichos folletos. Desatentos perdimos la promoción y pagamos 48 pesos cada entrada.

En la sala no éramos más de seis personas, rodaron unos veinte minutos, que se sintieron como horas,  de propagandas, y finalmente un único tráiler, el de  Monster Inc 2 (Scalon, 2013) lo nuevo de Pixar que todos esperamos con ansias.


La historia

Es la historia previa a la conocida por todos y protagonizada por Dorothy, la niña de las zapatillas rojas. En esta ocasión Oscar un prestidigitador de feria de dudosa moralidad es arrastrado por un tornado hasta la mágica tierra de OZ. Una vez allí se verá involucrado en una profecía y deberá encontrar dentro de sí la grandeza para salvar al reino de las villanas que lo tienen bajo control.

El relato

La presentación de los títulos es un juego de abrir y cerrar de telones y cajitas de música. Desfilan las animaciones de la feria de variedades, con trapecios, organillos, humo y todo tipo de puertas que desembocan en mundos de quien sabe qué. Toda una preciosa presentación en blanco y negro que destaca por último el gran arte de la pantalla.

Gran decisión incluir la presentación de los personajes en formato cuadrado y en blanco y negro y la posterior irrupción del color y el scope al arribar al mundo de fantasía en un homenaje a la secuencia inicial de El Mago de Oz  (Fleming, 1939). La transición del blanco y negro al color como punto de llegada de Oz da un alto impacto que resulta una ensoñación púrpura intenso, verde inglés y manzana, donde  todo brilla y encandila.

Oz interpretado por James Franco entrega un papel un tanto pobre, teniendo la posibilidad de recorrer un arco de transformación escrito con una pericia bastante ausente en el mainstream actual se queda bastante corto. No llega a ser el farsante, el canalla adorable que pretende el papel. A parte del desgano que parece acompañar a Franco durante toda la película, podemos decir desde el vamos que no era el papel para él. Originalmente el personaje sería interpretado por Robert Downey Jr., persona más que idónea para el mismo, que lo habría llevado adelante sin despeinarse incluso si no le dedicaba el más mínimo esfuerzo.

El elenco femenino se demuestra mucho más solvente y ajustado.  Mila Kunis como Theodora  es fascinante desde la primera aparición que recordaba intacta del tráiler visto días antes. Su sombrero carmesí, su traje al estilo mosquetera y su elegancia no la abandonan en toda la  película desarrollando con coherencia su un arco de transformación y jugando con pasos de comedia. La otra villana queda en la  piel de Raquel Weisz como Evanora, fastuosa y embustera, sabe del artificio mejor que nadie en el reino de Oz y seduce a nuestro mago. El elenco se completa con la bruja buena rubia y sensible, encarnada por  Michelle Williams en la doble interpretación Annie/Glinda que está muy bien en sus interpretaciones con delicadeza y gracia dentro de un estereotipo que funciona. Vistoso tratamiento de la brujería, la manzana verde y el verde como color distintivo de la inolvidable bruja del clásico de los 30s con sus garras y su escoba prendida fuego, echando humo.  Detalles que juegan con los tópicos sobre las brujas, con todos sus elementos, el sombrero, el poder de volar, la escoba, lo hechizos, la belleza, la fealdad.

Los recursos digitales no están exacerbados, se muestra un despliegue de artilugios agradable y plástico, con estallido de color y cuidado del detalle, las caracterizaciones son excelentes en el mundo fantástico de Oz. El número musical está presente y se lo utiliza en presentaciones y recibimientos. La muñeca de porcelana y su devastado pueblo son preciosos y están realizados con una gran pericia, al igual que los mandriles voladores y Finley, el mono alado que asiste a Oz.

Sam Raimi deja su marca a pesar del lógico corset que le imponen trabajar para Disney con un presupuesto exorbitante y en una película de corte familiar. Lo vemos en ciertos detalles  de claro corte slapstick en el comportamiento de los personajes, encuadres deformados y alejados del raccord riguroso, la narración a través de sombras, el maquillaje de efecto de las brujas malvadas y por supuesto el infaltable bolo de Bruce Campbell, esta vez como un guardia de la Ciudad Esmeralda.   

En la película se dan cita  las transformaciones, las apariciones, la proyección. Todos los  trucos del gran artificio por excelencia, el cinematógrafo. El gran número de la luz sobre la pantalla, en blanco y negro, a color, silente o sonora. El cine, lo efímero, la transformación, un pase mágico. Evoca a  los cortos de Méliés en que las barajas tamaño natural cobraban vida, o  los extraños faunos de Viaje a la luna (Méliés, 1902) que de un plano a otro se convierten en humo. La magia de la proyección, la hipnosis cautivante de suturar escenas es una pasión irrefrenable. En el reino de Oz, el cine hace un homenaje al cine como arte sin igual, despliega los mundos posibles en los que nos miramos pasar.

Es interesante el recorrido por los distintos juegos visuales, fuegos artificiales como una magia desconocida para el reino de Oz, al igual que las proyecciones. Ambos trucos implican lo efímero, la  aparición desaparición, la tramoya básica de cualquier prestidigitador que se precie de tal. Me hace ubicar esta película de la mano con  La invención de Hugo (Scorsese, 2011) con la evocación a la figura del pionero del cine Méliés, el prestidigitador.

Un interesante punto de encuentro con la clásica El mago de Oz es el paralelismo entre el mundo real y el de fantasía que abre la posibilidad de que todo suceda en la mente de Oscar o que dispare la inquietante idea de que el tornado ha acabado con su vida.  La niña de porcelana a la que Oz le da la posibilidad de volver a caminar, el reconocimiento de la amistad con su asistentes, la bruja buena que es idéntica a su amor perdido, etc.

Los títulos finales despliegan el cierre de cortinas y telones de todos los colores, dialogando con el inicio donde se abren todo tipo de cortinados pero en la escala cromática de blanco y negro. Los brillantes telones multicolores nos devuelven la magia de las ferias de variedades donde nació nada más y nada menos que el CINE.

Una película precisa, que a pesar de su errores, apuesta fuerte y gana en donde debe librarse la batalla fundamental de toda película, el guion. Bien escrito, clásico, con buenos arcos de transformación e interesantes subtextos. Partiendo de una base bien solida el aparataje visual se luce y aporta sin quedar flotando en un vacío triste como sucedió con la Alicia de Burton, Alicia en el país de las Maravillas (2010), fallida prima hermana de esta película.   

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