sábado, 22 de septiembre de 2018

Reseña de Acusada (Gonzalo Tobal, 2018)


Montaje perfecto


Dos viejos y yo

Llegando al cine hay dos ofertas para salvaguardar un poco el bolsillo, hasta el 19 de septiembre hay una promoción de 2x1 en el cine argentino de lunes a jueves, y con la tarjeta Santander Río hay 2x1 en el Village Recoleta. La sala estaba completamente despoblada se escuchaba de lejos la conversación de dos espectadores de la tercera edad, de modo que la cronista bajaba el promedio de edad de la sala, sin presumir.
La propaganda atacó la pantalla y por suerte se proyectaron algunos trailers. La noche de 12 años (Alvaro Brechner, 2018) un film uruguayo de ficción que narra la vida de Pepe Mujica y sus compañeros de lucha en última dictadura militar en Uruguay (1973-1985). Soledad (Agustina Macri, 2018) cuenta la historia de una activista argentina que se suma a los movimientos okupa en Barcelona protagonizada por Vera Spinetta. El potro, lo mejor del amor (Lorena Muñoz, 2018) la directora que ya realizó la biografía de Gilda ahora explora el mundo de Rodrigo, otra figura muy querida de la cultura popular. Se visualizan muy prometedoras las actuaciones de Florencia Peña, Fernán Mirás y Daniel Aráoz, entre otros en personajes divertidos que acompañan al protagonista Rodrigo Romero en su debut cinematográfico. El último trailer, traficado entre un bombardeo de propaganda, fue para la trilogía Attack on Titan (Hajime Isiyama, 2018) un film de anime japonés que postula una pelea de la humanidad con monstruos gigantes antropófagos, destinado sin duda al público adolescente y joven.

Cerco de clase


La película Acusada está inspirada en un resonado caso que sacudió a la zona norte del conurbano bonaerense en el año 2007, una joven, Solange Grabenheimer, fue asesinada brutalmente en su PH de la localidad de Florida. El cuerpo fue encontrado con puñaladas y se presume también que fue ahorcada con un cable de computadora. La única acusada, que finalmente fue absuelta, Lucila Frend, amiga y compañera de vivienda de la víctima. Los medios se dieron un banquete con esta caso dedicando las 24 horas del día a los detalles más morbosos, entrevistando a los compañeros del colegio, al entorno familiar y por sobre todo a la madre de Solange.


El film propone una línea de ambigüedad, jugando con el filo de creer o no en la inocencia de Dolores, muy bien interpretada por Lali Esposito en su debut cinematográfico, en un rol de las antípodas al de estrella Disney. La familia de Dolores tiene recursos. Su padre, encarnado por un fenomenal Leonardo Sbaraglia, quien cual tiburón organiza todas la piezas de ajedrez para acompañar el proceso judicial contra su hija. Va a apoyar su jugada en Ignacio (Daniel Fanego) el abogado del diablo, inoxidable, imbatible quien se enfrentará en los tribunales, cual riña de gallos, con un fiscal muy desestabilizador en sus planteos, representado por Gerardo Romano. Inés Estévez desempeña el papel de la madre de Dolores custodiando sus movimientos y actitudes, intentando apartar del caso al hermano menor.





El personaje de Dolores resulta desagradable desde todos los puntos, porque mantiene a lo largo de todo el relato una actitud ausente y shockeada, que no logra empatizar con el espectador, y eso parece restarle riqueza a la actuación. Ni para con su hermano menor con el que pasa muchísimo tiempo, ni con su amiga que la banca y visita, ni siquiera con el flaco que inicia una especie de relación, tiene un solo gesto de ternura.


La línea de acción está montada en torno a los que rodean y acompañan a Dolores, tanto en las audiencias como en la exposición frente a los medios de comunicación. Los padres de la acusada armaron un cerco que cuenta con una asesora de imagen y actitud, Rochi (Margarita Molfino) un personaje muy poco explotado, al que solo se la ve pasar en las audiencias y todo lo referente al juicio. Su padre Luis y el abogado Ignacio son los que asesoran y planifican todas las declaraciones de la protagonista.


La acción se desarrolla mayormente en interiores en la casa de la familia Dreier, que hace presente el agobio y encierro a la espera del juicio. Los exteriores son en la casa quinta de la familia y algunas escenas desde el auto yendo o volviendo de Tribunales.


La banda sonora es música clásica dando una pincelada más de la “gente bien”, bien podrida que vive aislada y puede tener hasta la justicia a su servicio. La actitud autómata de Dolores no invita al espectador a bucear en su culpabilidad o inocencia, más bien genera un escalofrío respecto al daño social que significa la gente de su clase.  






domingo, 9 de septiembre de 2018

Carlitos disparó primero




Preanunciada por una impactante campaña publicitaria que empapeló las principales avenidas de la ciudad, El Ángel (Luis Ortega, 2018) comenzó su andadura con una vara altamente autoimpuesta. Al momento de escribir este breve análisis, la película  ya superó el millón de espectadores y se encamina a paso firme a ser, casi con seguridad, el mayor éxito del cine argentino de este año. Méritos no le faltan. Rodada con un presupuesto de superproducción para los estándares locales, con una ambientación de época soberbia y una dirección con ritmo y tino, logra mantener rasgos típicamente autorales sin resignar la pretensión de masividad. Ortega coquetea con el musical y se despacha con una banda sonora de rock nacional como fondo siempre presente, diegética y extradiegéticamente, con refinados floreos, como la utilización del hit de La Joven Guardia, El extraño del pelo largo (coreo incluida) para la apertura y cierre de la película y una versión de La casa del sol naciente de The animals, interpretada por papá Palito. Como uno de los rasgos más personales del director podemos destacar su tendencia al cottolengismo, entendido como la inclusión, por fuera del devenir de lo narrado, de un elenco de tullidos y discapacitados de distinta índole, que irrumpen de forma generalmente grotesca y amenazante, rasgo común que se observa en otras obras de Ortega tanto en cine como en TV.   

Merecida mención aparte para Lorenzo Ferro en su debut cinematográfico, interpretando a Carlitos con contundencia, magnetismo y una sensualidad desbordada que el director se deleita en conducir y enfatizar.  El reparto incluye al incombustible Daniel Fanego como el jefe de la banda y Mercedes Morán sorprende en el papel de reventada con estilo. Cecilia Roth entrega una madre con eme de monstruo, con los ojos increíblemente abiertos pero sin ver nada.


La película adapta hechos reales y es sobre estos en que nos detendremos más pormenorizadamente para abordarla. No por ser cultores de “la realidad” como materia inmaleable para la ficción, compartimos la tesis de “nunca dejes que la verdad te arruine una buena historia”, pero la historia adaptada no es cualquier historia. Se trata de la de uno de los asesinos más célebres de la historia  Argentina, infame podio compartido junto con el petiso orejudo, el odontólogo Barreda y el clan Puccio (también llevados a la pantalla por Ortega) por lo que las elecciones de la adaptación cobran especial relevancia.





Omisiones
La película no retrata, lógicamente, la totalidad de los crímenes cometidos por Robledo Puch. Pero es muy notorio el recorte de los mismos. La película deja deliberadamente afuera todos los crímenes cometidos contra mujeres por parte de Carlos y Ramón (interpretado por el Chino Darín). En tiempos de luchas feministas, deconstrucción y cuestionamiento del orden social patriarcal, la película elude sin miramientos las violaciones y asesinatos de Virginia Rodríguez y Ana María Dinardo perpetradas por la dupla. Con el correr de los años, Puch reconoció el asesinato de las dos jóvenes, a tiros y por la espalda mientras creían que las dejaban escapar, no así las violaciones que siempre adjudicó a Ramón. La crueldad y saña de estos hechos contrasta con la construcción de los personajes pretendida por la película, sobre todo en el caso de Ramón. Darín entrega en la interpretación de Ramón tal vez el que sea su mejor trabajo actoral, seductor, tierno y querible por momentos, negador de su homosexualidad y decidido a triunfar en la tele, porque el mundo pertenece a los artistas y a los delincuentes según sus propias palabras. Caracterización imposible de compatibilizar con un violador sádico y sin remordimientos. La esmerada construcción de la ambigua relación de los protagonistas se sostiene sobre ciertos grados de empatía, que la adaptación decide salvar a cualquier precio.  Pensemos a modo de ejemplo la secuencia en la que Carlos ve a Ramón presentarse en Tv y emocionado se imagina compartiendo coreografía en la televisión con él. Esa escena romántica  y sensible se convertiría, en caso de ser precedida por la violación y posterior asesinato de una menor a la que dejan tirada al costado de la ruta, en algo revulsivo y rayano en lo intolerable, un ejercicio digno de una película de Arturo Ripstein.

Un asesino clasista
Las víctimas de Robledo Puch fueron en su mayoría trabajadores, serenos o custodios de concesionarias, boliches y joyerías; laburantes a los que asesinó por la espalda y en algunos casos mientras dormían. Las dos veces que fue detenido por la policía se entregó mansamente, sin entablar tiroteos ni intentar defenderse. No ejerció violencia alguna contra el adinerado mecenas/chongo de Ramón. Su accionar delictivo demuestra una consistente selección de víctimas, siempre indefensas y asesinadas de forma artera.  Esta característica del personaje apenas se vislumbra en la película, Carlos llama croto a Miguel (interpretado solventemente por Peter Lanzani) el nuevo compinche de Ramón y se ve también en  el discurso despreciativo que le sueltan al camionero que asaltan. Todo esto  se  desenfatiza mostrando al personaje etéreo y ajeno a cualquier consideración sobre clases sociales, vacío hasta de odio.

El deseo de matar Todos los asesinatos perpetrados por Carlos, en la película lo muestran insensible a la acción de matar, pero nunca con la intención premeditada de hacerlo. Al anciano del primer robo le dispara producto de un sobresalto. A los dos empleados que mata dormidos, lo hace en venganza por haber atacado a Ramón, un acto enfermizo de amor. Al camionero le dispara porque está armado y va a dispararle a sus cómplices. Al sereno de la joyería le dispara nuevamente sobresaltado, cuando el mismo despierta por el alboroto que hace Miguel. Y finalmente Miguel es asesinado cuando lo amenaza y su muerte puede entenderse también como un acto de celos, por la relación que este tenía con Ramón. La película no exculpa a Carlos, pero se toma un inmenso trabajo en no mostrarlo ni cruel ni irracional a la hora de matar. Es un ser amoral con reparos, que actúa por reacción, a veces justificada, a veces producto de su enrevesada mente. Todo este andamiaje busca sostener niveles mínimos de empatía con el personaje, o al menos no una repulsión abierta, para que no pierda su sensualidad, su charme. Por esta razón, el asesinato de Miguel y el hecho de que le queme la cara con un soplete resulta descolocado en la narrativa de la película. Un crescendo demasiado abrupto, solo entendible por un sadismo del que el personaje ficcional a sido despojado. A la hora de contar historias verídicas de personajes como Robledo Puch se corre el riesgo de caracterizarlos en los extremos posibles, la demonización y la justificación, encontrar un justo medio es una tarea ardua y muchas veces imposible. La película de Ortega adapta de forma polémica, omite y manipula en pos de salvar la particular caracterización elegida para los personajes protagónicos y por sobre todo la relación que elige crear entre ellos. Decisiones, ni buenas, ni malas, pero de las que se tomó poca nota a la hora de analizar la película. Como reza el título de la nota, Carlitos disparó primero y eso no lo puede eludir Luis Ortega como tampoco pudo George Lucas.