lunes, 25 de junio de 2012

Reseña Elefante Blanco (Pablo Trapero, 2012)


Un cinéfilo nunca se rinde

La previa

El miércoles 20 de junio, que era feriado, quedamos con una amiga en encontrarnos en las salas del Hoyts Abasto para ver  Elefante Blanco. A pesar de haberme jurado en otras oportunidades nunca volver al Abasto, ya que conseguir una entrada conlleva la misma dificultad que obtener un  turno en un hospital publico, teníamos la ilusa esperanza de que habiendo sido estrenada hacía cinco semanas no tendríamos inconvenientes para conseguir lugar para Elefante Blanco. Dulces mieles del autoengaño.

Casi sin poder caminar por la cantidad de gente que había en el shopping, luego de una cola de casi veinte minutos, pudimos llegar a la compra de entradas. Excepto por la primera fila, no quedaban más asientos. Aventuramos que tal vez ante la falta de entradas para Madagascar 3, algunos padres reacios a tener que soportar a sus desilusionados hijos cantando sin parar “quiero mover el bote”, decidieron darles un baño de realismo social latinoamericano depredando las entradas de Elefante Blanco.



Sorprendidas y optando por escaparle a la torticolis que implica ver una película en primera fila, partimos entonces hacia el cine Gaumont,  sabiendo que la proyección era en la sala 1, que es enorme y por lo tanto en esta ocasión no podían agotarse las localidades. Valga decir que jamás habíamos visto la enorme sala principal del Gaumont completamente llena. Pues bien, nuevamente estábamos haciendo la cola, mientras veíamos una eterna hilera de gente entrando al cine. Inmediatamente de la boletería se escucha un anuncio: “Sala 1 agotada”.  El destino parecía querer alejarnos de las salas. Pero todavía nos quedaba un as en la manga.

Un tanto abatidas con mi compañera de aventuras, nos fuimos a caminar por Corrientes y entramos en la duda frente al Premier, cine que supo ser una hermosa sala y hoy se asemeja más a un cine porno que a otra cosa. Pagamos 30 pesos cada entrada, sin promoción alguna, y en marcha hacia la sala. Llevábamos desde la cinco de la tarde dando vueltas y la proyección era a las 20, y bue, la queríamos ver. Mientras esperábamos para entrar nos pusimos a pensar, para hacer tiempo, en que clase de revista se podrían llegar a ofrecer cupones de descuento para el Cine Premier.

Al ingresar, la sala aún estaba vacía, tiene una capacidad para 50 personas aproximadamente. El público fue llegando de a poco: tres monjas en primera fila, varias parejas de tercera edad y algunos que habíamos visto en la cola del Gaumont. Un cuadro digno de una película de Berlanga.

No se proyectó ningún tráiler ni propaganda, la película derecho. El proyector tenía  marcada la lente y  la proyección estaba un poco torcida. Coronándose el Cine Premier como la versión VCD de las salas cinematográficas.

La historia

El film Elefante blanco cuenta la historia de unos curas villeros que trabajan en una parroquia barrial y llevan adelante las luchas del día a día en cuestiones de trabajo e inserción social. Conviviendo con las problemáticas del entorno marginal, guerras narco entre familias, dificultosos  emprendimientos colectivos y sus propios conflictos personales que incluyen  la enfermedad de uno de los sacerdotes y la historia de amor entre otro cura venido del exterior y una asistente social.

El Relato

La factura de la película es excelente, impecable la fotografía y desgarradoras las imágenes de permanente lluvia, charcos de barro y perros deambulando en los alrededores de este monumental edificio en ruinas, proyecto de hospital inconcluso, ocupado por muchas familias.

El relato desarrolla varias líneas narrativas. La historia central podría ser la del cura Julián (Ricardo Darín) que sabiendo que tiene una enfermedad mortal busca a su remplazante y lo instruye del funcionamiento del barrio y la parroquia. De aquí se desprende un homenaje a los curas villeros y en especial a la figura del padre Carlos Mugica asesinado por la triple A en 1974. Paralelamente, se narra una historia de amor entre la asistente social (Martina Gusmán) y el cura francés (Jérémie Renier), esto se esboza pero no se termina de desarrollar. Otra  línea argumental de la trama desarrolla situaciones de enfrentamiento entre las bandas de narcos de la villa.

Es un poco ambiciosa la pretensión de desarrollar tantas líneas, porque todas son pesadas por decirlo de algún modo y difíciles de resolver en tiempos acotados. Cayendo la película en lugar de en una coralidad, en una suerte de compleja ensalada de focalizaciones.  Por este motivo, no queda claro hacia el final del film qué es lo que se intenta contar. Si el cura Julián es el protagonista indiscutible, entonces la película narraría la labor de los curas villeros, de cómo por medio de la fé y el ejercicio de la religión han logrado involucrarse en un espacio cerrado y alienado en sí mismo, logrando desde la práctica cristiana una forma alternativa de inclusión social. Lejos de esto, a pesar de ser ésta la línea principal, que profundizaría el intencionado homenaje a la labor iniciada por los curas del pasado, sin embargo el film comienza con la enfermedad del cura Julián que va a buscar al Amazonas a un cura  gringo que lo reemplace. Sigue con el desencadenamiento de múltiples conflictos, ya sea por ejemplo el enfrentamiento entre grupos narco, el consumo de drogas de los adolescentes, entre otros, todos elementos que implican la comprensión de un código interno sin el cual no se podría ejercer ninguna labor social, pero que el extranjero no logra captar, a pesar de que Julián es claro al respecto.

A esto le sigue la historia de amor del cura francés con la asistente social, es decir, una transgresión al voto de castidad que queda planteada pero no problematizada, simplemente sucede, como muchas cosas en la película, porque a los guionistas y al director les place.

Cabe hacer un apartado para el personaje que interpreta  Martina Gusmán. Es tan poco creíble y caricaturesco que casi causa risa, su pelea con los obreros de la obra es digna de un sketch de Capusotto. Prácticamente supera su más grande obra, la paramédica más inconsistente del cine mundial que supo interpretar en “Carancho”. Su imperturbable rictus de “niña bien con preocupaciones sociales” es una patada voladora que te saca de la película cada vez que aparece en cuadro.  

En paralelo y “como parte de la misma historia” sigue el agravamiento de la enfermedad de Julián. Y sin detenerse nunca, incluso en el tercer acto, siguen emergiendo elementos referidos a este código de la villa y postales particulares de la vida marginal.

Todo este embrollo y contaminación de elementos nos llevan a pensar que Elefante blanco está más preocupado en construir un regodeo en la imagen de la pobreza latinoamericana y desarrollar un fetiche con las figuras marginales, que en contar una historia o realizar un film de denuncia contundente.

1 comentario:

  1. La solución para los Hoyts es reservar las entradas por Internet. No hace falta tarjeta de crédito...

    ResponderEliminar