domingo, 17 de marzo de 2019

El ojo del espectador



La doncella (Park Chan Wook,  Estreno en Netflix, marzo 2019)


La previa


Park Chan Wook es un director coreano que nos encanta, una debilidad de la casa. Creador de la insuperable trilogía de la venganza (Simpatía por el señor Venganza (2002), Oldboy (2003) y Lady Venganza (2005)) y de hermosos delirios como Soy un cyborg, pero esta todo bien (2006). Un autor que hace de la violencia y el erotismo sus pilares sin perder nunca un tono de melodrama desbordado. Un personaje único, incluso dentro de una cinematografía tan ecléctica y virtuosa como la coreana. Su reciente incursión en Hollywood donde realizó Stoker (2013), un film fiel a su estilo pero con actores del star system, le permitió ser estrenado en nuestras salas. De regreso en su Corea natal tenemos que conformarnos con el streaming para ver su última película,  La doncella, donde ecualiza de forma diferente sus pulsiones y nos entrega mucho más erotismo y bastante menos sanguinolencia.
 


                                           


La historia


En la Corea de los años 30 una joven llamada Sooke es contratada para trabajar en una casa de la clase alta de la ocupación japonesa al servicio de la misteriosa heredera Lady Hideko. Ella forma parte de un plan ideado por Fujiwara, apodado como “el Conde” quien pretende acceder a la fortuna en cuestión casándose con la heredera, para eso deberán confrontar con el Tío Kouzuki, viudo de la tía de la joven Hideko, quien también quiere casarse con ella y viene preparándose para este fin hace años.



La cámara se mueve por momentos a la altura del tatami, un juego muy de homenaje a Ozu Yasujiro que hacía de este recurso la particularidad de puesta de cámara. Las escenas en exteriores como la vista del ciruelo son casi fantásticas, los caminos, los ríos que atraviesan todo está cuidado al detalle y realizado con el mejor buen gusto, recordando por momentos la puesta en escena preciosista de directores como Wong Kar Wai.
                                   


El relato se divide en tres partes, la primera nos presenta el plan que lleva adelante el Conde para quedarse con la fortuna de Lady Hideko y los pasos que articula con su cómplice Sooke. Los planes pueden fallar y así empieza un enredo donde nada es lo que parece. En las dos partes sucesivas se desarrollará la intriga dando vueltas y aportando piezas que el espectador deberá acomodar.


El cambio de focalización resulta entretenido y sorprende, a la manera de Rashomon (Kurosawa,1950), los cambios de puntos de vista agregan nueva información y resignifican lo ya visto construyendo por capas la historia. Incluso se repiten escenas con un montaje diferente (otras puestas de cámara, diferentes elipsis) con magníficos resultados narrativos. El recurso formal funciona de forma maravillosa permitiendonos en el cambio de perspectiva percibir de distinta manera los matices de la actuación de las dos protagonistas. Lo que en un primer visionado se entiende como ingenuidad, se convierte en malicia, la seducción se transforma en manipulación, etc. La doncella concentra en sus tres nombres (que terminarán siendo cuatro, pero no queremos spoilear) este juego de engaños y ocultamientos. Sooke su verdadero nombre, Tamako el nombre coreano falso que elige al ingresar a trabajar a la casa, y Okju el nombre japonés con el que la bautizan sus nuevos patrones.  



Las locaciones son descomunales, el interior del palacio híbrido, anglo- japonés con sus diversas construcciones y los detalles de puesta de época son majestuosas. Los vestuarios, la puesta en escena de Tío Kouzuki para la lectura de cuentos eróticos es con tramoyista y cambios de fondo del escenario. Las escenas en que Tío Kouzuki copia libros que luego venderá como incunables con historias e imágenes son en una biblioteca del palacio con gradas de madera un enorme escenario y vitrinas que contienen imágenes y textos a modo de exhibición. La cuestión de la obsesión de los personajes por ser y parecer extranjeros (japoneses, ingleses) le agrega un matiz de reflexión política solo atisbada para los que no somos locales y desconocemos aristas del contexto histórico y social de la corea de los años 30.

Como en todo buen relato  nada está librado al azar. Es un deleite como ciertos objetos y situaciones que a primera vista parecen caprichosos o meramente estéticos (la soga, los cigarrillos azules, la horquilla) son retomados e incorporados de forma fundamental a la trama.




El foco del relato va a detenerse en el erotismo y no tanto en las escenas de acción y violencia a las que estamos acostumbrados, de modo que por primera vez el autor trabaja otra línea. Incluso hasta existe la posibilidad de un final feliz.


Las miradas, los encuentros, las escuchas tras las puertas fusuma (puertas corredizas japonesas) construyen el deseo en crescendo hasta que se produce el encuentro de los cuerpos y es ahí donde pone el eje Park Chan Wook, en la calentura que puede cegar o hacer temblar los planes más elaborados.


La veo o no la veo.


Y sí, ¿Que estás esperando? Y de postre mirá o re mirá la trilogía de la venganza, nunca es tarde para dejarse retorcer las tripas por Park Chan Wook.

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