miércoles, 31 de octubre de 2012

UNASUR: Pescador (Sebastián Cordero, 2011)


Soñar, soñar


La previa


Ya desde la mañana del día martes, cuarta jornada del festival, estuvimos en el auditorio del Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson, en la charla del INCAA TV, una de las tantas actividades que tomaban lugar allí durante todo el festival. A las 14hs debíamos apresurarnos al cine para ver Pescador, y en lo posible llegar en una de las combis que salían del punto de encuentro que quedaba a una cuadra de distancia. De nuevo nos tocaba la sala 2 del Cinemacenter, que tiene una pantalla más pequeña que las otras del mismo complejo, y algunos problemas de sonido y foco del lado derecho de la pantalla, y bue. Llegamos en combi y esta vez había mayor afluencia de público que los días anteriores en el mismo horario. Se esperó al jurado, se apagaron las luces, y luego de los micros que se proyectaban antes de cada filme sobre las bondades naturales y culturales de la ciudad San Juan, el spot de Unasur cine nos anuncia la sección Competencia Oficial Internacional de Ficciones, comienza la película.


La historia

Blanquito tiene treinta años y vive con su madre en un pueblo pesquero en la costa norte de Ecuador. Un día aparecen en la orilla de la playa unas cajas que han sido arrastradas por la marea y que contienen ladrillos de cocaína. Blanquito decide viajar a Guayaquil para vender lo que recogió de ese cargamento, y lo hace en compañía de Lorna, una mujer que de un día para el otro apareció en una lujosa casa del pueblo.



El relato

No podemos dejar de destacar la enorme capacidad para contar historias del director ecuatoriano Sebastián Cordero, que demuestra con Pescador un profundo conocimiento del lenguaje cinematográfico ya que consigue combinar un drama de personaje con un relato intenso y vivo.

Cuenta la historia de Blanquito, con la particularidad y originalidad de poner como excusa la llegada de una carga de cocaína perdida, y qué hacer con eso. Se trata de un cruce entre road movie y el tema del narcotráfico. Pero la parte policial queda desplazada, y a medida que avanza el relato, se va transformando en una historia de amor, mejor dicho, la búsqueda del amor, el propio y hacia el otro. Sí, todo esto sucede a partir de la llegada de la carga de coca.


Desde el pueblo pesquero hasta la estadía en Guayaquil, donde Blanquito y Lorna llegan para dar con los posibles compradores, las imágenes acompañan a los protagonistas que, si bien son socios, el lazo que los une es finito y todo el tiempo el pacto está a punto de romperse por una traición de un lado o del otro.  



Así, el filme narra los acontecimientos utilizando como herramienta fundamental el suspenso, que logrado mediante recurrentes elipsis, sirve al relato para hacer estallar las certezas respecto de los personajes y de este modo los vuelve inagotables, les pone un manto de intriga que hacen de lo obvio una incertidumbre y sorprenden al espectador hasta el último minuto. No es casual que Blanquito pruebe una línea de coca recién en la penúltima escena. Cada escena está contada con tanto detalle, que lejos de desviar la trama de su objetivo inicial, la venta de la costosa mercadería, pone al espectador en un lugar de descubrimiento constante. Los acontecimientos parecieran fluir solos hacia su desenlace. La intriga es absolutamente clara y a la vez los personajes van creciendo en matices.

El casting es excelente. El personaje de Blanquito ya desde el comienzo no es lo que aparenta. A pesar del título del filme, no se dedica a la pesca sino a la venta de pescado. Es pálido como bicho de ciudad más que de un habitante de un pueblo costero al que todo el día le da el sol, de ahí el apodo. Andrés Crespo sabe encarnar este personaje contradictorio con solvencia, lejos de imprimirle un sello de duda le otorga la incertidumbre de un personaje que parece salido de la realidad misma. María Cecilia Sánchez interpreta una Lorna igualmente incierta aunque más cargada de drama, ya que arrastra una historia del pasado que la hace más determinante y especulativa.





En cuanto a la factura técnica, son notables las escenas de transición, acompañados por música extradiegética y elaboradas con efectos de aceleración que recuerdan los cuadros de Edvard Munch. También existe un meticuloso trabajo de composición de los planos, que parecen cuadros en movimiento, como una viñeta de cómic pero fotografiada que revela las intenciones de los personajes incluso con un plano general.
  
Pescador es, al fin de cuentas, un drama expresionista profundamente realista, que revela que no existe un antes y un después de los sueños.

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