lunes, 19 de noviembre de 2012

Diario del Festival de Mar Del Plata: Día 2


Nuestra jornada festivalera de cada día comienza en el Auditorium, donde nos dirigimos todas las mañanas para retirar nuestras entradas acreditadas de las funciones del día. La acreditación consiste en un abono de $120 que incluyen el catálogo del festival, el retiro de dos entradas por jornada para cualquiera de las películas, el acceso directo a las funciones de prensa matutinas y a las actividades especiales programadas, en las cuáles no se puede participar sin credencial.

Afuera seguía lloviendo y debíamos correr al cine Paseo, o tomarnos un taxi y llegar a tiempo y secos. Así procedimos, con algo de ansiedad porque estábamos a 5 minutos de las 10.45, hora de proyección, y a más de 15 cuadras de distancia, el cuarto taxi que pasó estaba libre y lo paramos. Al momento de subirnos, una chica que llevaba credencial como nosotros se sube al auto y ya sentada nos propone compartir viaje, convencida de que iríamos a la misma proyección y con la misma prisa. Cuando se dio cuenta de que su compañero había quedado afuera y no cabíamos más de 4 pasajeros adultos en un mismo auto, decidió bajarse y regresar con su colega para ir con él en otro taxi.


Justo a horario para el comienzo del filme, con credencial al cuello entramos directo ya que se trata de una proyección de prensa. Las luces ya apagadas, con cuidado para no rodar por las escaleras bajamos hasta los asientos de la tercera fila desde donde todavía la visión era razonable.

Al final de la película, pasamos por el Ambassador a por más entradas para el resto de la jornada. En este cine funcionan 2 boleterías, la externa que da a la calle y otra interna en el hall del cine, donde siempre hay menos gente ya que los que van llegando se forman afuera y de paso tienen tiempo de intercambiar experiencias con otros, hacer y recibir recomendaciones y llegar a la boletería más convencidos. Como nosotros traemos la grilla programada desde Buenos aires, nos mandamos directo a la boletería interna.

A pesar de que la selección de funciones ya la teníamos planificada antes de cada día, en la breve cola nos damos cuenta que habíamos sacado una película coreana sobre una pareja en su cotidiano en vez de una francesa donde se cuecen a tiros la mayor parte del relato. Queríamos ver una película que habíamos visto el tráiler pero que ni siquiera estaba programada, error de nombres y nacionalidades en nuestra investigación tal vez. En fin, la boletera con muy buena onda escuchó nuestra historia y nos propuso ofrecérsela a la señora de la caja contigua que estaba pidiendo justamente dos entradas  para la coreana, una alegría tener en nuestras manos una película que sí habíamos elegido.

Ya había parado de llover, el sol intentaba asomarse y nos quedábamos por el centro para almorzar y estar cerca de los cines para las próximas funciones. Mientras llegaba nuestro pedido culinario, sacábamos grillas y catálogos para ordenar horarios y proyecciones del día y del siguiente, estábamos con tanto entusiasmo cinéfilo que tuvimos que levantar todo para dejar lugar a las hamburguesas que ya habían llegado. Volveríamos a ese restaurante por la noche para la cena previa a la función nocturna, luego de una tarde de proyección, mate, siesta, y redacción de reseñas. La película que cerraba nuestra jornada era Doomsday Book, y nuestra compañera, que ya la había visto en Sitges y nos había entusiasmado con su reseña, volvería al departamento para acomodar un poco y dejar todo listo para la llegada de los colegas que se sumaban al día siguiente.

Nos pedimos una coca cola intentando no quedarnos dormidos y aguantar completa la última función de la jornada, y aunque había altas probabilidades de que esto sucediera, la película ameritaba el intento. En cualquier caso, el placer de entrar a una sala en este festival ya vale la pena porque ni en las funciones de madrugada falta la gente y el entusiasmo por el cine.

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